Comer sano tiene sus ventajas, a la hora de pensar en la salud.
Los alimentos con excesiva cantidad de azúcar refinada, grasas saturadas y trans, como también el desmedido consumo de harinas, producen aumento de peso a expensas de la grasa corporal. En este grupo entran las gaseosas, golosinas, frituras, panificados y comida chatarra. Restringir su consumo es el primer paso hacia una dieta equilibrada.
Lo correcto es no saltear comidas, respetar las cuatro principales -desayuno, almuerzo, merienda y cena- con dos colaciones optativas. Otra cuestión clave a tener en cuenta es evitar cualquier dieta restrictiva. “El plato saludable debe completarse a un 80%. Debe tener la mitad ocupado por verduras y frutas, preferentemente crudas, ya que aportan vitaminas, fibra y minerales; y luego, completar con proteínas”, explica la licenciada Somoza.
Dentro de las proteínas de origen animal, el pescado y la carne magra, con cocciones a la parrilla, al horno o plancha suave, son los alimentos elegidos. En caso de una dieta vegetariana, legumbres como lentejas, garbanzos, porotos, habas, trigo burgol y quinoa resultan las proteínas vegetales ideales. Respecto a los carbohidratos, se pueden ingerir con moderación, reemplazando el lugar de las proteínas en el plato.
¿Porciones saludables? Un pocillo de café si se calculan los alimentos crudos -arroz, polenta- o un mouse de computadora, en versión cocida. Esta medida también es válida para las proteínas vegetales. Para las carnes, la porción ideal es la palma de la mano.
Mitos vs. realidad
Existe la creencia popular de que todos los lácteos light son aliados para bajar de peso, como el queso y el yogurt. Los lácteos son una fuente exquisita de calcio, pero no siempre la mejor opción para un plan de descenso ni mucho menos “libres”. El queso posee mucha sal y grasas

